072 # El hombre que ríe (XVI)


...aquel Barkilphedro le puso frente a un dilema y claramente le había dado a Gwynplaine ocasión para dcidir su suerte con una palabra. Gwynplaine podía haber dicho no pero dijo sí.

   De este "sí" pronunciado en el aturdimiento se desprendía todo. Gwynplaine lo comprendía. Por esto le quedó el dejo amargo del consentimiento; recuperar su derecho, su patrimonio, su herencia, su casa y ser patricio en la línea de sus abuelos y huérfano en el nombre de su padre. ¿Qué había aceptado? Una restitución. ¿Hecha por quién? Por la providencia.

   Después se rebelaba. Estúpida aceptación. ¡Qué negocio había hecho! ¡Qué cambio inadecuado! Había salido perdiendo en sus tratos con la Providencia. ¡Vaya, pues! Para tener dos millones de renta, siete u ocho señorías, poseer diez o doce palacios, palacetes en la ciudad y castillos en el campo; para tener cien lacayos, jaurías, carrozas y blasones; para ser juez y legislador; para ser coronado en traje púrpura como un rey; para ser barón, marqués y par de Inglaterra, había dado la barraca de Ursus y la sonrisa de Dea. Por una inmensidad movediza donde uno se hunde y naufraga, había entregado la felicidad. A cambio del océano, había entregado la perla. ¡Insensato! ¡Imbécil! ¡Necio!


  Residuo.     
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.