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325 # La espina dorsal de la noche.

7. La espina dorsal de la noche. 

 

 
Tuve la inmensa fortuna de  contar con unos padres y con algunos maestros que apoyaron esta ambición rara, y de vivir en esta época, el primer momento en la historia de la humanidad en que empezamos a visitar realmente otros mundos y a efectuar un reconocimiento a fondo del Cosmos. Si hubiese nacido en otra época muy anterior, por grande que hubiese sido mi dedicación no hubiese entendido qué son las estrellas y los planetas. No habría sabido que hay otros soles y otros mundos.
Es éste uno de los mayores secretos, un secreto arrancado a la naturaleza después de un millón de años de paciente observación y de especulación audaz por parte de nuestros antepasados.

 

 



En Jonia, se desarrolló un nuevo concepto, una de las grandes ideas de la especie humana. El universo se puede conocer, afirmaban los antiguos jonios, porque presenta un orden interno: hay regularidades en la naturaleza que permiten revelar sus secretos. La naturaleza no es totalmente impredecible; hay reglas a las cuales ha de obedecer necesariamente. Este carácter ordenado y admirable del universo recibió el nombre de Cosmos. Pero, ¿por qué todo esto en Jonia, en estos paisajes sin pretensiones, pastorales, en estas islas y ensenadas remotas del Mediterráneo oriental? ¿Por qué no en las grandes ciudades de la India o de Egipto, de Babilonia, de China o de Centroamérica?
Los jonios tenían varias ventajas. Jonia es un reino de islas.El aislamiento, aunque sea incompleto, genera la diversidad. En aquella multitud de islas diferentes habíatoda una variedad de sistemas políticos. Faltaba una única concentración de poderque pudiera imponer una conformidad social e intelectual en todas las islas. Aquello hizo posible el libre examen. La promoción de la superstición no se consideraba unanecesidad política.Los jonios, al contrario que muchas otras culturas, estaban en una encrucijada de civilizaciones, y no en uno de los centros.

 

 

 
El legado de Aristarco se ha extendido mucho más allá del reino de las estrellas. A fines del siglo dieciocho, William Herschel, músico y astrónomo de Jorge III de Inglaterra, completó un proyecto destinado a cartografiar los cielos estrellados y descubrió que había al parecer un número igual de estrellas en todas direcciones en el plano o faja de la Vía Láctea; dedujo razonablemente de esto que estábamos en el centro de la Galaxia. Poco antes de la primera guerra mundial, Harlow Shapley descubrió que los cúmulos globulares no estaban centrados alrededor de las proximidades solares sino más bien alrededor de una región distante de la Vía Láctea, en la dirección de la constelación de Sagitario, el Arquero. Shapley tuvo el valor en 1915 de proponer que el sistema solar estaba en las afueras y no cerca del núcleo de nuestra galaxia.


Hasta bien entrado el siglo veinte, los astrónomos creían que sólo había una galaxia en el Cosmos, la Vía Láctea, aunque en el siglo dieciocho Thomas Wright, de Durban, e Immanuel Kant,de Königsberg,tuvieron separadamente la premonición de que las exquisitas formas luminosas espirales
que se veían a través del telescopio eran otras galaxias. Se descubrió que estas estrellas, identificadas en M31 porEdwin Hubble en 1924, eran alarmantemente débiles, y que por lo tanto M31 estaba a una distancia prodigiosa de nosotros, distancia que hoy se calcula en algo más dedos millones de años luz. Pero si M31 estaba a tal distancia no podía ser una nubede simples dimensiones interestelares, tenía que ser mucho mayor: una galaxiainmensa por derecho propio.


Y las demás galaxias, más débiles, debían estar todavía a distancias mayores, un centenar de miles de millones de ejemplares esparcidas a través de la oscuridad hasta las fronteras del Cosmos conocido.
Descubrimos que vivimos en un planeta insignificante de una estrella ordinaria perdida entre dos brazos espirales en las afueras de una galaxia que es un miembro de un cúmulo poco poblado de galaxias arrinconado en algún punto perdido de ununiverso en el cual hay muchas más galaxias que personas.



233 # Bomarzo (XII)


Le pertenecí totalmente, como no le había pertenecido desde la época de nuestro noviazgo, cuando la velé estirada, exánime, en la capilla del castillo, y durante los días siguientes, y así ocurrió la anomalía, muy propia de mi carácter, de que yo la haya amado profundamente en el tiempo anterior a nuestro casamiento, en que no la veía, y en el tiempo que siguió a su muerte, en que tampoco podía verla. Lo que en ella amé fue su categoría de augusto símbolo, pero el ser de carne y hueso me intimidó siempre, aun en las ocasiones angustiosas en que la poseí. Por eso la amé de verdad cuando todavía no existía para mí y cuando ya no existía para nadie, es decir cuando era sólo una entelequia señorial; sin cuerpo, sin voz, sin aroma, sin deseos, un arquetipo inalterable y suntuoso. En cambio mis hijos lloraron afligidos, como Horacio, como Cecilia, como Nicolás, como las pobres mujeres y los pobres campesinos del lugar, a su realidad cotidiana, despojada de retóricos ornatos, y, en el instante en que me adelanté a ofrecerle mis lágrimas, los pequeños que sollozaban consolados por sus ayas y sus preceptores, en el banco que presidía Messer Pandolfo, rechazaron mi tentativa de ternura paternal, con la insuperable perspicacia de las emociones que rara vez engaña a los niños. Amábamos y llorábamos a dos personalidades distintas y no podíamos comprendernos.
 



Bomarzo.
Manuel Mujica Lainez.