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070 # El hombre que ríe (XV)



- Te amo no sólo porque eres deforme, sino porque eres vil. Amo el moustruo y amo el histrión. Un amante humillado, encarnecido, grotesco, horrible, expuesto a las risas en esa picota que se llama teatro, tiene un sabor extraordinario. Es morder en el fruto del abismo. Un amante infamante es exquisito. Tener entre los dientes la manzana, no del paraíso, sino del infierno, he aquí lo que me tienta; tengo esa clase de hambre y esa clase de sed, y yo soy esa Eva, la Eva del abismo. Tú eres, probablemente sin saberlo, un demonio. Yo me he guardado para una máscara del sueño. Tú eres una marioneta de la que un espectro tira los hilos. Eres la visión de la gran risa infernal. Eres el dueño que yo esperaba. Necesitaba un amor como el que tienen las Medeas y las Canidias. Estaba segura de que me sucederíaa unas de esas inmensas aventuras de la noche. Eres lo que yo quería. Te estoy diciendo un montón de cosas que no debes comprender. Gwynplaine, nadie me ha poseído, me entrego a ti pura como la brasa ardiente. Evidentemente, no me crees. ¡pero si supieras que me es igual!

   Sus palabras tenían la confusión de la erupción. Una punzada en el flanco del Etna darían la idea de este surtidor de fuego.

  Gwynplain balbuceó:
  
  -Madame...

Ella le puso la mano sobre la boca.

 -¡Silencio! Yo te contemplo. Gwynplaine, soy el inmaculado desenfreno. Soy la vestal bacante. Ningún hombre me ha conocido. y yo podría ser Pitia en Delfos y tener bajo mi talón desnudo el trípode de bornce, donde los sacerdotes, acodados sobre la piel de Pitón, susurran preguntas al dios invisible. Mi corazón es de piedra, pero se parece a esos guijarros misteriosos que el mar arrastra al pie del peñasco Huntly Naab en la desembocadura del Thees, y en los cuales, al romperlos, se encuentra una serpiente. Esta serpiente es mi amor. Amor todopoderoso, puesto que te ha hecho venir. Entre nosotros había una distancia imposible. Yo estaba en Sirio y tú estaba en Allioth. Has llevado a cabo la desmesurada travesía, y aquí estás. Bien. Cállate y cógeme.

   Se detuvo. Temblaba y se puso a reír. 

- Mira Gwynplaine, soñar es crear. Un deseo es una llamada. Constuír una quimera es provocar a la realidad. La sombra todopoderosa y terrible no se deja desafiar. Ella nos satisface. Aquí estás. ¿Osaré yo perderme?  Sí. ¿ Osaré ser tu dueña, tu concubina, tu esclava? Con alegría. Gwynplaine, soy mujer. La mujer es arcilla que desea ser fango. Tengo necesidad de despreciarme. Esto sazona el orgullo. La aleación de la grandeza es la bajeza. Nada se combina mejor. Despréciama tú, a quien se desprecía. El envilecemiento bajo el envilecemiento ¡qué voluptuosidad! ¡Recojo la flor doble de la ignominia! Pisotéame, así me amarás más, lo sé. ¿Sabes por qué te idolatro? Porque te desprecio. Estás tan debajo de mi que te pongo en un altar. Mezclar lo alto y lo bajo en un altar, ¿Y qué es el caos? Una inmensa mancha. Y con esta ancha Dios ha hecho la luz, y con esta cloaca Dios ha hecho el mundo. No sabes hasta que punto soy perversa. Forja un astro en el lodo, y eso seré yo.



Satán.                 
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.     





054 # El hombre que ríe (VIII)

    Había el Fun Club. Fun es, como caut, y como hummour, una palabra especial intraducible. El fun es a la farsa lo que la pimienta a la sal. Penetrar en una casa y romper un espejo de valor, rasgar los retratos de familia, envenenar al perro o meter un gato en un palomar, se le llama "realizar un acto de fun". Dar una mala noticia falsa que obliga  a las personas a ponerse de luto equivocadamente, es un fun. El fun es el que ha hecho un agujero cuadrado en un Holbein en Hampton-Court. El fun se sentiría orgulloso si hubiera sido él quien rompió los brazos de la Venus de Milo.

    Bajo Jacobo I, un joven Lord millonario, que una noche prendió fuego a una cabaña, hizo reir a carcajadas a Londres y fue proclamado "rey del fun". Los pobres diablos de la choza, habían escapado en camisa.

    Los miembros del Fun Club, todos de la más alta aristocracia, corrían por Londres a la hora en que los burgueses dormían, arrancaban los goznes de los postigos, cortaban las tuberías de las bombas, desfondaban las cisternas, descolgaban las insignias, devastaban los cultivos, apagaban los faroles, serraban las vigas maestras de las casa, rompían los cristales de las ventanas, sobre todo, en los barrios indigentes. Eran los ricos quienes hacían esto a los miserables. Por eso no era posible ninguna queja. Además, era pura comedia.

    Estas costumbres no han desaparecido completamente, En diversos puntos de Inglaterra o de las posesiones inglesas, en Guernesey, por ejemplo, de vez en cuando, devastan vuestra casa durante la noche, destrozan una verja, arrancan el aldabón de vuestra puerta, etcétera.

    Si fueran unos pobres se les mandaría a presidio pero son jovenes ricos.

    El más distinguido de los clubs estaba presidido por un emperador que llevaba una media luna en la frente y que se llamaba " el gran Mohock". El Mohock sobrepasó el fun. Su programa consistía en hacer el mal por el mal. El Mohock club tenía una grandiosa finalidad: perjudicar. Para realizar esta función, todos los medios eran buenos. Al convertirse en Mohock, se prestaba juramento de ser perjudicial. Su deber era el de perjudicar a toda costa, no importaba a quien ni como. Todo miembro del Mohock Club había de tener una especialidad. Unos eran "maestros de baile", es decir, hacían brincar a los palurdos acribillándoles a estocadas. Otros sabían "hacer sudar", o sea, improvisar alrededor de un belitre cualquiera un corro de seis u ocho gentileshombres con el espetón en la mano; estando rodeado por todas partes, era imposible que el belitre no volviera la espalda a alguien: el gentilhombre a quien el hombre mostraba la espalda le castigaba con un pinchazo que le obligaba a hacer piruetas; un nuevo pinchazo en los riñones le advertía al quídam que algún noble estaba detrás de él, y así sucesivamente, picando cada uno cuando le tocaba su turno; cuando el hombre, encerrado en este círculo de espaldas, y muy ensangrentado, había dado bastantes vueltas y danzado lo suficiente, se le hacía apalear por unos lacayos a fin de cambira el curso de sus ideas. Otros "golpeaban" el león, es decir, detenían riendo a un transeunte, le aplastaban la nariz de un puñetazo, y le hundían sus dos pulgares en los ojos. Si los ojos reventaban, se le pagaban.

  Aquellos eran en los comienzos del siglo XVIII, los pasatiempos de los opulentos y ociosos de Londres.

Magister elegantiarium.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.