Había el Fun Club. Fun es, como caut, y como hummour, una palabra especial intraducible. El fun es a la farsa lo que la pimienta a la sal. Penetrar en una casa y romper un espejo de valor, rasgar los retratos de familia, envenenar al perro o meter un gato en un palomar, se le llama "realizar un acto de fun". Dar una mala noticia falsa que obliga a las personas a ponerse de luto equivocadamente, es un fun. El fun es el que ha hecho un agujero cuadrado en un Holbein en Hampton-Court. El fun se sentiría orgulloso si hubiera sido él quien rompió los brazos de la Venus de Milo.
Bajo Jacobo I, un joven Lord millonario, que una noche prendió fuego a una cabaña, hizo reir a carcajadas a Londres y fue proclamado "rey del fun". Los pobres diablos de la choza, habían escapado en camisa.
Los miembros del Fun Club, todos de la más alta aristocracia, corrían por Londres a la hora en que los burgueses dormían, arrancaban los goznes de los postigos, cortaban las tuberías de las bombas, desfondaban las cisternas, descolgaban las insignias, devastaban los cultivos, apagaban los faroles, serraban las vigas maestras de las casa, rompían los cristales de las ventanas, sobre todo, en los barrios indigentes. Eran los ricos quienes hacían esto a los miserables. Por eso no era posible ninguna queja. Además, era pura comedia.
Estas costumbres no han desaparecido completamente, En diversos puntos de Inglaterra o de las posesiones inglesas, en Guernesey, por ejemplo, de vez en cuando, devastan vuestra casa durante la noche, destrozan una verja, arrancan el aldabón de vuestra puerta, etcétera.
Si fueran unos pobres se les mandaría a presidio pero son jovenes ricos.
El más distinguido de los clubs estaba presidido por un emperador que llevaba una media luna en la frente y que se llamaba " el gran Mohock". El Mohock sobrepasó el fun. Su programa consistía en hacer el mal por el mal. El Mohock club tenía una grandiosa finalidad: perjudicar. Para realizar esta función, todos los medios eran buenos. Al convertirse en Mohock, se prestaba juramento de ser perjudicial. Su deber era el de perjudicar a toda costa, no importaba a quien ni como. Todo miembro del Mohock Club había de tener una especialidad. Unos eran "maestros de baile", es decir, hacían brincar a los palurdos acribillándoles a estocadas. Otros sabían "hacer sudar", o sea, improvisar alrededor de un belitre cualquiera un corro de seis u ocho gentileshombres con el espetón en la mano; estando rodeado por todas partes, era imposible que el belitre no volviera la espalda a alguien: el gentilhombre a quien el hombre mostraba la espalda le castigaba con un pinchazo que le obligaba a hacer piruetas; un nuevo pinchazo en los riñones le advertía al quídam que algún noble estaba detrás de él, y así sucesivamente, picando cada uno cuando le tocaba su turno; cuando el hombre, encerrado en este círculo de espaldas, y muy ensangrentado, había dado bastantes vueltas y danzado lo suficiente, se le hacía apalear por unos lacayos a fin de cambira el curso de sus ideas. Otros "golpeaban" el león, es decir, detenían riendo a un transeunte, le aplastaban la nariz de un puñetazo, y le hundían sus dos pulgares en los ojos. Si los ojos reventaban, se le pagaban.
Aquellos eran en los comienzos del siglo XVIII, los pasatiempos de los opulentos y ociosos de Londres.
Magister elegantiarium.
El hombre que ríe.
Victor Hugo.