Mostrando entradas con la etiqueta Victor Hugo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Victor Hugo. Mostrar todas las entradas

074 # El hombre que ríe (XVII)


- Si uno pudiera salir de un dolor como se sale de una ciudad, todavía podríamos ser felices, Homo. ¡Ay! Siempre estaría presente aquel que ya no existe. Una sombra es lo que queda sobre los que sobreviven. Tú sabes a quien me refiero, Homo. Eramos cuatro, sólo somos tres. La vida no es más que la pérdida de todo lo que se ama. Se deja detrás de sí una recua de dolores. El destino nos aturde por una prolijidad de sufrimientos insoportables, y todavía hay quien se asombra de que los viejos sean machacones. Es que la desesperación los entontece. Querido Homo, el viento en popa persiste y ya no se ve la cúpula de San Pablo; pronto pasaremos por delante de Greenwich. Será un recorrido de seis millas. ¡Ah! Les vuelvo la espalda para siempre a estas odiosas capitales llenas de sacerdotes, de magistrados, de populacho. Prefiero ver moverse las hojas de los árboles.

Barkilphedro apuntó al águila y alcanzó a la paloma.    
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.
 

072 # El hombre que ríe (XVI)


...aquel Barkilphedro le puso frente a un dilema y claramente le había dado a Gwynplaine ocasión para dcidir su suerte con una palabra. Gwynplaine podía haber dicho no pero dijo sí.

   De este "sí" pronunciado en el aturdimiento se desprendía todo. Gwynplaine lo comprendía. Por esto le quedó el dejo amargo del consentimiento; recuperar su derecho, su patrimonio, su herencia, su casa y ser patricio en la línea de sus abuelos y huérfano en el nombre de su padre. ¿Qué había aceptado? Una restitución. ¿Hecha por quién? Por la providencia.

   Después se rebelaba. Estúpida aceptación. ¡Qué negocio había hecho! ¡Qué cambio inadecuado! Había salido perdiendo en sus tratos con la Providencia. ¡Vaya, pues! Para tener dos millones de renta, siete u ocho señorías, poseer diez o doce palacios, palacetes en la ciudad y castillos en el campo; para tener cien lacayos, jaurías, carrozas y blasones; para ser juez y legislador; para ser coronado en traje púrpura como un rey; para ser barón, marqués y par de Inglaterra, había dado la barraca de Ursus y la sonrisa de Dea. Por una inmensidad movediza donde uno se hunde y naufraga, había entregado la felicidad. A cambio del océano, había entregado la perla. ¡Insensato! ¡Imbécil! ¡Necio!


  Residuo.     
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 



070 # El hombre que ríe (XV)



- Te amo no sólo porque eres deforme, sino porque eres vil. Amo el moustruo y amo el histrión. Un amante humillado, encarnecido, grotesco, horrible, expuesto a las risas en esa picota que se llama teatro, tiene un sabor extraordinario. Es morder en el fruto del abismo. Un amante infamante es exquisito. Tener entre los dientes la manzana, no del paraíso, sino del infierno, he aquí lo que me tienta; tengo esa clase de hambre y esa clase de sed, y yo soy esa Eva, la Eva del abismo. Tú eres, probablemente sin saberlo, un demonio. Yo me he guardado para una máscara del sueño. Tú eres una marioneta de la que un espectro tira los hilos. Eres la visión de la gran risa infernal. Eres el dueño que yo esperaba. Necesitaba un amor como el que tienen las Medeas y las Canidias. Estaba segura de que me sucederíaa unas de esas inmensas aventuras de la noche. Eres lo que yo quería. Te estoy diciendo un montón de cosas que no debes comprender. Gwynplaine, nadie me ha poseído, me entrego a ti pura como la brasa ardiente. Evidentemente, no me crees. ¡pero si supieras que me es igual!

   Sus palabras tenían la confusión de la erupción. Una punzada en el flanco del Etna darían la idea de este surtidor de fuego.

  Gwynplain balbuceó:
  
  -Madame...

Ella le puso la mano sobre la boca.

 -¡Silencio! Yo te contemplo. Gwynplaine, soy el inmaculado desenfreno. Soy la vestal bacante. Ningún hombre me ha conocido. y yo podría ser Pitia en Delfos y tener bajo mi talón desnudo el trípode de bornce, donde los sacerdotes, acodados sobre la piel de Pitón, susurran preguntas al dios invisible. Mi corazón es de piedra, pero se parece a esos guijarros misteriosos que el mar arrastra al pie del peñasco Huntly Naab en la desembocadura del Thees, y en los cuales, al romperlos, se encuentra una serpiente. Esta serpiente es mi amor. Amor todopoderoso, puesto que te ha hecho venir. Entre nosotros había una distancia imposible. Yo estaba en Sirio y tú estaba en Allioth. Has llevado a cabo la desmesurada travesía, y aquí estás. Bien. Cállate y cógeme.

   Se detuvo. Temblaba y se puso a reír. 

- Mira Gwynplaine, soñar es crear. Un deseo es una llamada. Constuír una quimera es provocar a la realidad. La sombra todopoderosa y terrible no se deja desafiar. Ella nos satisface. Aquí estás. ¿Osaré yo perderme?  Sí. ¿ Osaré ser tu dueña, tu concubina, tu esclava? Con alegría. Gwynplaine, soy mujer. La mujer es arcilla que desea ser fango. Tengo necesidad de despreciarme. Esto sazona el orgullo. La aleación de la grandeza es la bajeza. Nada se combina mejor. Despréciama tú, a quien se desprecía. El envilecemiento bajo el envilecemiento ¡qué voluptuosidad! ¡Recojo la flor doble de la ignominia! Pisotéame, así me amarás más, lo sé. ¿Sabes por qué te idolatro? Porque te desprecio. Estás tan debajo de mi que te pongo en un altar. Mezclar lo alto y lo bajo en un altar, ¿Y qué es el caos? Una inmensa mancha. Y con esta ancha Dios ha hecho la luz, y con esta cloaca Dios ha hecho el mundo. No sabes hasta que punto soy perversa. Forja un astro en el lodo, y eso seré yo.



Satán.                 
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.     





066 # El hombre que ríe (XIV)


- De acuerdo. Soy un sabio, me disculpo como puedo. Científicamente desprecio a la ciencia, La ignorancia es una realidad de la cual uno se nutre; la ciencia es una realidad con la cual uno ayuna. En general, uno está forzado a elegir: ser un sabio y adelgazar o pastar y ser un amo. ¡Oh ciudadanos, pastad! La ciencia no vale lo que un bocado de algo bueno. Prefiero comer un solomillo que saber que músculo se llama psoas. Yo no tengo más que un mérito: los ojos secos. Tal como me veis, jamás he llorado. Hay que decir que tampoco he estado nunca contento. Jamás contento. Ni de mí mismo. Me desprecio. Pero afirmo que a los miembros de la oposición aquí presentes que si Ursus no es más que un sabio, Gwynplaine es un artista.

Lo que Ursus hace.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 

 
 

065 # El hombre que ríe (XIII)

Soy gentilhombre y tengo una espada, soy barón y ciño un casco, soy marqués y ostento un penacho; soy par y poseo una corona. ¡Ah, me lo habían usurpado todo! Siendo el habitante de la luz, me habían convertido en el habitante de las tinieblas. Quienes habían proscrito al padre vendieron al hijo. Cuando mi padre murió, le quitaron de debajo de su cabeza la piedra del destierro, que le servía de almohada y me la ataron al cuello, arrojándome a un albañal. ¡Oh! Aquellos bandidos que torturaron mi infancia, sí, se mueven  y se levantan en lo más profundo de mi memoria; sí, les veo de nuevo. He sido el pedazo de carne picoteado en una tumba por una bandada de cuervos. He sangrado y gritado bajo todas aquellas siluetas horribles ¡Ah! ¡Es, pues, allí donde me había precipitado, bajo los atropellos de los que van y vienen, para que me pateasen todos, donde me habían colocado por debajo del más ínfimo del género humano, más bajo que el siervo, que el criado, que el sinvergüenza, que el esclavo, en el lugar en que el caos se convierte en cloaca, en el fondo de la desaparición! ¡Y es de allí de donde acabo de salir! ¡Acabo de resucitar! ¡Y este es mi desquite!

   Se sentó, se volvió a levantar, apoyó la cabeza en sus manos, se puso de nuevo a andar, y continuó con su monologo tempestuoso:

- ¿Dónde me encuentro? ¡En la cumbre! ¿Dónde he ido a caer?  ¡En la cumbre! Esta cima, la grandeza; esta cúpula del mundo, el poder absoluto en mi casa. ¡Soy uno de los dioses de este templo del aire! Vivo en lo inaccesible. Esta altura que yo contemplaba desde abajo y de la que caían tantos rayos que tenía que cerrar los ojos, esta señoría inexpugnable, esta fortaleza inaprensible de los dichosos; vuelvo a entrar en ella. Estoy en ella. Pertenezco a ella. ¡Ah! La rueda de la fortuna ha dado una vuelta definitva. Estaba abajo y estoy en lo alto. ¡En lo alto para siempre! Soy un lord, llevaré un manto escarlata, ostentaré florones sobre la cabeza, asistiré a la coronación de los reyes, les tomaré juramento, juzgaré a los ministros y a los principes...Existiré. Desde las profundidades donde me arrojaron me remonto hasta el cenit. Tengo palacios en la ciudad y en el campo; residencias, jardines, cotos de caza, bosques, carrozas, millones; daré fiestas, legislaré, podré escoger las dichas y los gozes, y el vagabundo Gwynplaine, que no tenía derecho a coger una flor, podrá coger astros en el cielo.

  Funebre retorno de la sombra en un alma. Así se realizaba la sustitución de la grandeza moral por la material en este Gwynplaine que había sido un héroe, y que , digámoslo, tal vez no había dejado de serlo. Transición lúgubre. Quebrantamiento de una virtud por una caterva de demonios que pasa. Sorpresa causada en el lado débil del hombre.

    Todas las cosas interiores a las que se considera superiores, las ambiciones, las voluntades turbias del instinto, las pasiones, la codicia, ahuyentadas lejos de Gwynplaine por el saneamiento de la desgracia, tomaban de nuevo tumultuosamente posesión en este generoso corazón ¿Y a qué se debió esto? Al encuentro de un pergamino dentro de un frasco arrojado por el mar. A veces se ve como la conciencia es violada por el azar.


Se cree recordar pero se olvida.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.  

064 # El hombre que ríe (XII)

-Hoy, veintinueve de enero de 1690 de la era cristiana.

-Ha sido criminalmente abandonado, en la costa desierta de Portland, con la intención de dejarle morir de hambre, de frío y de soledad, un niño de diez años.

- Este niño fue vendido a la edad de dos años por orden de su muy graciosa majestad el rey Jacobo.

- Este niño es Lord Fermain Clancharlie, hijo legítimo y único de Lord Lineo Clancharlie, barón Clancharlie y Hunkerville, marqués de Corleone en Italia, par del reino de Inglaterra, hoy difunto, y de Ana Bradshaw, su esposa, hoy también difunta.

- Este niño es heredero de los bienes y títulos de su padre. Es por esta causa que fue vendido, mutilado, desfigurado, y escamoteado por la voluntad de su graciosa majestad.

- Este niño ha sido educado y adiestrado para que fuese volatinero en los mercados y ferias.

-Fue vendido a la edad de dos años, despues de la muerte de su señor padre, por diez libras esterlinas, que dieron al rey por su compra, así como por diversas concesiones, tolerancias e inmunidades.

- Lord Fermain Clancharlie, a los dos años de edad, fue comprado por mí, quien suscribe y escribe estas líneas, y mutilado y desfigurado por un flamenco de Flandes llamado Hardquanonne, que es el único que posee los secretos y procedimientos del doctor Conquest.

- El niño estaba destinado por nosotros a presentar una máscara que siempre estuviera riendo: Masca ridens.

- Fue con esta intención que Hardquanonne le practicó la operación Bucca fisa usque ad aures que da a la fisonomía una risa perpetua.
- El niño, por un medio conocido únicamente por Hardquanonne, habiendo sido adormecido e insensibilizado durante este trabajo, ignora la operación que sufrió.

- Ignora que es Lord Clancharlie.

- Responde al nombre de Gwynplaine.
 Solidez de las cosas frágiles.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.  


059 # El hombre que ríe (XI)


   Gwynplaine pensaba en Dea ¿En quién podía pensar? Pero aquella noche, extrañamente confuso, lleno de un encanto en el que se hallaba la angustia, pensaba en Dea como un hombre piensa en una mujer. Se lo reprochaba a sí mismo. Era una debilidad. El sordo anhelo del esposo crecía en él. Dulce e imperiosa impaciencia. Franqueaba la frontera invisible, en la cual, en la parte de acá se hallaba la virgen y en la de allá la mujer. Se preguntaba con ansiedad y sentía lo que podemos llamar un rubor interior. El Gwynplaine de los primeros años se había transformado en la inconsciencia de un crecimiento misterioso. El ex adolescente púdico se sentía turbado e inquieto.

    Todos tenemos el oído luminoso en el que nos habla el espíritu, y el oído oscuro en el que nos habla el instinto. En este oído amplificador, unas voces desconocidas le hacían ofrendas.

    Por puro que sea el joven que sueña en el amor, el espesor de la carne acaba siempre por interponerse entre el sueño y él. La intenciones pierden su transparencia. Lo inconfesable que pide la naturaleza penetra en la consciencia. Gwynplaine experimentaba el apetito de la materia donde se hallan todas las tentaciones y del que casi carcía Dea.

    En su fiebre, que le parecía malsana, transfiguraba a Dea, tal vez por el lado peligroso, tratando de exagerar aquella forma seráfica hasta llegar a la forma femenina. Es de ti, mujer, de quien tenemos necesidad.

     El amor llega a no contentarse con un paraiso ideal. Le es necesaria la piel febril, la vida emocionada, el beso eléctrico e irreparable, los cabellos sueltos, el abrazo teniendo una finalidada: Lo sideral molesta, lo etéreo pesa. El exceso de idealismo en el amor es el exceso de combustible en el fuego. Se aviva la llama. Dea, aprehensible y presa por el vertiginoso acercamiento que mezcla en dos seres lo desconocido de la creación; Gwynplaine, desatinado, tenía una exquisita pesadilla. ¡Una mujer! Oía en él ese profundo grito de la naturaleza.


Abyssus abyssum vocat
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 



058 # El hombre que ríe (X)


  Aquella huérfana tenía a aquel huérfano. Aquella inválida tenía a aquel deforme.

  Aquellas viudedades se desposaban.

  Una inefable acción de gracias emanaba de aquellas dos desgracias. Agradecían.

 ¿A quién?

  A la inmensidad oscura.

  Agradecer lo que se tiene ante sí, es suficiente. La acción de gracias tiene alas y va hacía donde debe ir. Vuestra plegaria sabe más que vosotros.

  ¡Cuántos hombres han creído en Júpiter y han rezado a Jehová! ¡Cuántos creyentes en amuletos han sido escuchados por el infinito! ¡Cuántos ateos no perciben que por el sólo hecho de ser buenos y estar tristes ruegan a Dios.

  Gwynplaine y Dea estaban agradecidos.



El azul en la noche
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 


057 # El hombre que ríe (IX)

   Para la multitud, que tiene demasiadas cabezas para tener un pensamiento y demasiados ojos para tener una mirada; para la masa que, superficie ella misma, se detiene en las superficies, Gwinplaine era un clown, un titiritero, un saltimbanqui, un ser grotesco, algo más y algo menos que una bestia. La multitud sólo conocía su rostro.
   
   Para Dea, Gwynplaine era el salvador que la había recogido en la tumba y la había sacado de ella, el consolador que le hacía la vida posible, el libertador cuya mano sentía dentro de la suya, en el laberinto que es la ceguera; Gwynplaine era el hermano, el amigo, el guía, el sostén, algo que parecía celestial, el esposo alado, radiante, y allí donde la multitud veía al monstruo, ella veía al arcángel.

   Y era que Dea, ciega, veía el alma.

Oculus non habet, et videt.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.  


054 # El hombre que ríe (VIII)

    Había el Fun Club. Fun es, como caut, y como hummour, una palabra especial intraducible. El fun es a la farsa lo que la pimienta a la sal. Penetrar en una casa y romper un espejo de valor, rasgar los retratos de familia, envenenar al perro o meter un gato en un palomar, se le llama "realizar un acto de fun". Dar una mala noticia falsa que obliga  a las personas a ponerse de luto equivocadamente, es un fun. El fun es el que ha hecho un agujero cuadrado en un Holbein en Hampton-Court. El fun se sentiría orgulloso si hubiera sido él quien rompió los brazos de la Venus de Milo.

    Bajo Jacobo I, un joven Lord millonario, que una noche prendió fuego a una cabaña, hizo reir a carcajadas a Londres y fue proclamado "rey del fun". Los pobres diablos de la choza, habían escapado en camisa.

    Los miembros del Fun Club, todos de la más alta aristocracia, corrían por Londres a la hora en que los burgueses dormían, arrancaban los goznes de los postigos, cortaban las tuberías de las bombas, desfondaban las cisternas, descolgaban las insignias, devastaban los cultivos, apagaban los faroles, serraban las vigas maestras de las casa, rompían los cristales de las ventanas, sobre todo, en los barrios indigentes. Eran los ricos quienes hacían esto a los miserables. Por eso no era posible ninguna queja. Además, era pura comedia.

    Estas costumbres no han desaparecido completamente, En diversos puntos de Inglaterra o de las posesiones inglesas, en Guernesey, por ejemplo, de vez en cuando, devastan vuestra casa durante la noche, destrozan una verja, arrancan el aldabón de vuestra puerta, etcétera.

    Si fueran unos pobres se les mandaría a presidio pero son jovenes ricos.

    El más distinguido de los clubs estaba presidido por un emperador que llevaba una media luna en la frente y que se llamaba " el gran Mohock". El Mohock sobrepasó el fun. Su programa consistía en hacer el mal por el mal. El Mohock club tenía una grandiosa finalidad: perjudicar. Para realizar esta función, todos los medios eran buenos. Al convertirse en Mohock, se prestaba juramento de ser perjudicial. Su deber era el de perjudicar a toda costa, no importaba a quien ni como. Todo miembro del Mohock Club había de tener una especialidad. Unos eran "maestros de baile", es decir, hacían brincar a los palurdos acribillándoles a estocadas. Otros sabían "hacer sudar", o sea, improvisar alrededor de un belitre cualquiera un corro de seis u ocho gentileshombres con el espetón en la mano; estando rodeado por todas partes, era imposible que el belitre no volviera la espalda a alguien: el gentilhombre a quien el hombre mostraba la espalda le castigaba con un pinchazo que le obligaba a hacer piruetas; un nuevo pinchazo en los riñones le advertía al quídam que algún noble estaba detrás de él, y así sucesivamente, picando cada uno cuando le tocaba su turno; cuando el hombre, encerrado en este círculo de espaldas, y muy ensangrentado, había dado bastantes vueltas y danzado lo suficiente, se le hacía apalear por unos lacayos a fin de cambira el curso de sus ideas. Otros "golpeaban" el león, es decir, detenían riendo a un transeunte, le aplastaban la nariz de un puñetazo, y le hundían sus dos pulgares en los ojos. Si los ojos reventaban, se le pagaban.

  Aquellos eran en los comienzos del siglo XVIII, los pasatiempos de los opulentos y ociosos de Londres.

Magister elegantiarium.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 

053 # El hombre que ríe (VII)

Dar opción al voto es echarlo todo a perder. ¿Quereis que los estados floten como las nubes? El desorden no engendra el orden. Si el caos es el arquitecto, el edificio será Babel. Además, ¿qué mayor tiranía que esa falsa libertad? Yo quiero divertirme, y no gobernar. Votar me molesta, quiero bailar. ¡Qué providencia un principe que se encarga de todo! ¡Ciertamente que un rey es generoso al tomarse tanto trabajo por nosotros! Él se ha educado allí dentro y sabe de que se trata. Es su oficio. La paz, la guerra, la legislación, las finanzas.¿ Acaso esto concierne a los pueblos? Sin duda es necesario que el pueblo pague y sirva, pero esto debe bastarle. Una parte de él se dedica a la política; es de esta parte que salen las dos fuerzas del Estado: el ejercito y el presupuesto. ¿Acaso no es bastante ser contribuyente y ser soldado? ¿Qué otra necesidad tiene? Es el brazo militar y el brazo financiero. Magnífico papel. Se reina por él y es preciso que retribuya este servicio. Impuesto y lista civil son los salarios que satisface el pueblo y que ganan los principes. El pueblo da su sangre y su dinero con tal de que se le gobierne. Querer gobernarse a si mismo. ¡qué idea tan extraña! Le es necesario un guía. El pueblo , siendo ignorante, es ciego. ¿Acaso el ciego no lleva un perro? Solo que, para el pueblo, el rey que consiente en ser el perro es un león. ¡Qué bondad! ¿Pero por qué es ignorante el pueblo? Porque es necesario que lo sea. La ignorancia es la custodia de la virtud. Donde no hay perspectiva no hay ambiciones; el ignorante vive en una noche útil que, suprimiendo la mirada, suprime la codicia, de ahí la inocencia. Quien lee, piensa; quien piensa, razona. No razonar es el deber y tambien la felicidad. Estas verdades son incontestables. La sociedad se asienta sobre ellas.




Lord Clancharlie
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 

052 # El hombre que ríe (VI)

 Terminó el oleaje. El mar se apaciguó.

 Estos repentinos parones son propios de las borrascas de nieve. Una vez agotado el efluvio eléctrico, todo se tranquiliza, incluso la ola, que, en las tormentas ordinarias, conserva frecuentemente una prolongada agitación. En estas no. Nada prolonga la cólera del oleaje.

 Cómo un trabajador después de la fatiga, el oleaje se adormece inmediatamente, lo que casi desmiente las leyes de la estática, pero no sorprende en absoluto a los viejos pilotos, porque ellos saben que todo lo inesperado está contenido en el mar. 
 


Inesperada suavización del enigma.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 

051 # El hombre que ríe (V)

Cuando la espuma se disipó y la popa apereció de nuevo, ya no había ni patrón ni timón!

  Todo había sido arrancado.

  El timón y el hombre que acababan de amarrar en él se habían ido con la ola en la confusión rugiente de la tormenta.

  El jefe de la banda miró fijamente hacia la sombra y gritó:

  -¿Te burlas de nosotros?

  A este grito de rebelión sucedió otro grito:

  -¡Echemos el ancla! ¡Salvemos al patrón!

Corrieron el cabrestante y echaron el ancla. Las urcas solo tenían una. Esto sólo contribuyó a perderles. El fondo era de roca viva, la ola furiosa y el cable se rompió como si fuese un cabello.

  El ancla se quedó en el fondo del mar.

  Del tajamar ya no quedaba más que el ángel mirando con su anteojo.

 Desde este momento la urca no fue más que un resto de barco. La matutina estaba irremediablemente desamparada. Este navío que poco antes parecía alado, casi terrible en su carrera, se hallaba, ahora, impotente. No era capaza de una maniobra que no fuera truncada y desarticulada. Obedecía anquilosada y pasivamene a las furias extrañas de la flotación. Que en pocos minutos un aguila se convierta en un invalido sólo ocurre en el mar.


La gran salvaje: La tempesta.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 

050 # El hombre que ríe (IV)

  Del fondo del horizonte llegó un gran ruido.
  Era un ruido de alas.
  Se producía un incidente. El tormentoso incidente de los cementerios y de las soledades, la llegada de una bandada de cuervos.
  Unas manchas negras voladoras sombrearon las nubes, atravesaron la bruma, se aproximaron, se amalgamaron, se amontonaron, apresurándose hacia la colina y profirieron gritos.       Era como la llegada de una legión. Aquella miseria alada de las tinieblas se dejó caer sobre la horca.
  Asustado, el niño retrocedió.
  Los enjambres parecían obedecer a algún mandato. Los cuervos se habían agrupado sobre el patíbulo y hablaban entre sí. El graznido del cuervo es aterrador. Aullar, silbar, rugir, es propio de la vida; el graznido es aceptar con satisfacción lo putrefacto. Parece oirse el ruido que hace el silencio del sepulcro al romperse. El graznido es una voz en la que está contenida la noche.

Batalla entre la muerte y la noche.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 



 
 
 

049 # El hombre que ríe (III)

Un tenaz viento del norte sopló sin cesar sobre el continente europeo, y con más dureza aún sobre Inglaterra, durante todo el mes de diciembre de 1689 y todo el mes de enero de 1690, lo que ocasionó el calamitoso frío por el que es invierno quedó anotado como "memorable para los pobres", en los márgenes de la vieja biblia de la capilla presbiteriana de los Non Jurozs de Londres.

El extremo sur de Portland.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 

048 # El hombre que ríe (II)

Cogían a un hombre y lo trocaban en un aborto; se tomaba una cara y la convertían en una mueca. Detenían el crecimiento y moldeaban el semblante. Esta producción artificial de casos teratológicos tenía sus reglas y constituía toda una ciencia. Imaginemos una ortopedía en sentido inverso. Donde Dios colocó la mirada, este arte ponía el estrabismo. Donde Dios imprimió la armonía, se introducía la deformidad. Donde Dios puso la perfección se restableció la chapuza. Y a los ojos de los entendidos, esto era lo perfecto.

Comprachicos.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 

047 # El hombre que ríe (I)


Afortunadamente Ursus no había ido nunca a los Países Bajos. Ciertamente le hubiesen querido pesar para saber si tenía el peso normal, pues si un hombre lo excedía o no lo alcanzaba era considerado brujo. En Holanda este peso era prudentemente fijado por la ley. Nada era más simple ni más ingenioso. Era una comprobación que consistía en poneros en un platillo, y si alterabais el equilibrio la irregularidad era evidente. Si pesabais demasiado, se os ahorcaba; si pesabais poco, se os quemaba. Todavía hoy puede verse en Ondewater la balanza que servía para pesar a los brujos, aunque actualmente se utiliza para pesar quesos. ¡Así ha degenerado la religión!


Ursus.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 




003 # Clausura

El convento le detuvo en esta pendiente.

Algunas veces se apoyaba en la pala y descendía por el espiral sin fin de la meditación.

Recordaba a sus antiguos compañeros y su gran miseria; se levantaban al amanecer y trabajaban hasta la noche; se acostaban en camas de campaña y sólo se les toleraba un colchón de dos pulgadas de grueso, en las salas que no tenían lumbre más que en los meses más crudos del año; vestían una horrible chaqueta roja y se les permitía usar por gracias un pantalón de tela en los grandes calores, y una manta de lana en los fríos excesivos; no bebían vino, ni comían carne, sino cuando iban "al trabajo". Vivían sin nombre: sólo eran conocidos por números; estaban casi convertidos en cifras y vivían con los ojos bajos, la voz baja, los cabellos cortados, bajo la vara y en la vergüenza.

Después su espíritu se dirigía a los seres que tenía ante la vista.

Estos seres vivían tambien con los cabellos cortados, los ojos bajos, la voz baja, no en la vergüenza, pero sí en medio de la burla del mundo; no con la espalda herida por el látigo, pero sí destrozada por las disciplinas. También estos seres habían perdido su nombre entre los hombres; sólo eran conocidos por austeros apelativos. Nunca comían carne, jamas bebían vino; muchos días estaban en ayunas hasta la noche. Traían, no una chaqueta roja, sino un sudario negro de lana pesado en el verano, ligero en el invierno, y no podían quitarle ni añadirle nada; no tenían ni aun el recurso de la tela y de la lana: seis meses al año llevaban camisa de buriel, que les producían calentura.Vivían, no en salas calentadas los días de riguroso frío, sino el celdas donde nunca se encendía lumbre; dormían, no en colchones de dos pulgadas de grueso, sino sobre paja. Por último, ni aun se les permitía dormir; todas las noches, después de un día de trabajo, debían despertar en el cansancio del primer sueño; cuando empezaban a dormir y a calentarse debían levantarse y rezar en una capilla helada y sombría, de rodillas sobre la piedra.

En ciertos días, cada uno de estos seres a su vez permanecía doce horas consecutivas arrodillado sobre el mármol o prosternado con la cara en el suelo y los brazos en cruz.

Los otros eran hombres; éstos eran mujeres.  

¿Y qué habían hecho aquellos hombres? Habían robado, violado, saqueado, matado, asesinado. Eran bandidos, falsarios, envenenadores, incendiarios, asesinos, parricidas. ¿Y qué habían hecho estas mujeres? Nada.

De un lado, el salteamiento, el fraude, el dolo, la violencia, la lubricidad, el homicidio, todos los géneros de sacrilegio, todas las variedades del crimen. De otro lado, una sola cosa: la inocencia.

La inocencia perfecta, casi llevada hasta una misteriosa asunción, unida a la tierra por la virtud y al cielo por la santidad.

De un lado, confidencias de crímenes que se hacen en voz baja. De otro, la confesión de faltas hechas en voz alta. ¡Y qué crímenes! ¡Y qué faltas!

De un lado, miasmas; del otro, inefable perfume. De un lado la peste moral, vigilado por centinelas de vista, cercada de cañones, devorando lentamente a sus apestados; del otro, una casta unión de todas las almas en el mismo foco. Allí, las tinieblas; aquí, la sombra; pero una sombra llena de claridad y una claridad llena de fulgores.

Ambos eran lugares de esclavitud; pero en el primero era posible la redención; tenía un límite legal siempre esperado, y además la evasión. En el segundo, la perpetuidad, y por toda esperanza, a la extremidad lejana del porvenir, esa luz de libertad que los hombres llaman muerte.

En el primero, el hombre estaba sólo encadenado por una cadena; en el segundo, por la fe.

¿Qué salía del primero? Una inmensa maldición, el rechinamiento de dientes, el odio, la perversidad desesperada, un grito de rabia contra la sociedad, un sarcasmo contra el cielo.

¿Qué salía del segundo? La bendición y el amor.

Y en estos dos lugares tan semejantes y tan diversos, estas dos clases de seres realizaban una misma cosa: la expiación.

Juan Valjean comprendía muy bien la expiación de los primeros; la expiación personal, la expiación por sí mismo.Pero no comprendía la otra, la de aquellas criaturas sin mancha, y se preguntaba temblando: "¿Expiación de qué? ¿Qué expiación?

Y en su inocencia respondía una voz: " La más divina de las generosidades humanas: la expiación por los demás"



Los miserables.
Victor Hugo.