Para la multitud, que tiene demasiadas cabezas para tener un pensamiento y demasiados ojos para tener una mirada; para la masa que, superficie ella misma, se detiene en las superficies, Gwinplaine era un clown, un titiritero, un saltimbanqui, un ser grotesco, algo más y algo menos que una bestia. La multitud sólo conocía su rostro.
Para Dea, Gwynplaine era el salvador que la había recogido en la tumba y la había sacado de ella, el consolador que le hacía la vida posible, el libertador cuya mano sentía dentro de la suya, en el laberinto que es la ceguera; Gwynplaine era el hermano, el amigo, el guía, el sostén, algo que parecía celestial, el esposo alado, radiante, y allí donde la multitud veía al monstruo, ella veía al arcángel.
Y era que Dea, ciega, veía el alma.
Para Dea, Gwynplaine era el salvador que la había recogido en la tumba y la había sacado de ella, el consolador que le hacía la vida posible, el libertador cuya mano sentía dentro de la suya, en el laberinto que es la ceguera; Gwynplaine era el hermano, el amigo, el guía, el sostén, algo que parecía celestial, el esposo alado, radiante, y allí donde la multitud veía al monstruo, ella veía al arcángel.
Y era que Dea, ciega, veía el alma.
Oculus non habet, et videt.
El hombre que ríe.