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049 # El hombre que ríe (III)

Un tenaz viento del norte sopló sin cesar sobre el continente europeo, y con más dureza aún sobre Inglaterra, durante todo el mes de diciembre de 1689 y todo el mes de enero de 1690, lo que ocasionó el calamitoso frío por el que es invierno quedó anotado como "memorable para los pobres", en los márgenes de la vieja biblia de la capilla presbiteriana de los Non Jurozs de Londres.

El extremo sur de Portland.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo. 

033# El hambre II

El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
allá donde el estómago se origina, se enciende.

Uno no es tan humano que no estrangule un día
pájaros sin sentir herida en la conciencia:
que no sea capaz de ahogar en nieve fría
palomas que no saben si no es de la inocencia.

El animal influye sobre mí con extremo,
la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.
A veces, he de hacer un esfuerzo supremo
para acallar en mí la voz de los leones.

Me enorgullece el título de animal en mi vida,
pero en el animal humano persevero.
Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida,
bajo tanta maleza, con su valor primero.

Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola.

Arroja sus estudios y la sabiduría,
y se quita la máscara, la piel de la cultura,
los ojos de la ciencia, la corteza tardía
de los conocimientos que descubre y procura.

Entonces solo sabe del mal, del exterminio.
Inventa gases, lanza motivos destructores,
regresa a la pezuña, retrocede al dominio
del colmillo, y avanza sobre los comedores.

Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.

Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,
tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,
el pan, el día, el hambre no tenga compartido
con otras hambres puestas noblemente en la boca.

Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.

El hombre acecha.
Miguel Hernández.
                                                                                                                                    Antología Poética.



032 # Las abarcas desiertas

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.


Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.


Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.


Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.


Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.


Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.


Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.


Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.


Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.


Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.


Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.


Vientos del pueblo
Miguel Hernández.
                                                                                                                                    Antología Poética.