051 # El hombre que ríe (V)

Cuando la espuma se disipó y la popa apereció de nuevo, ya no había ni patrón ni timón!

  Todo había sido arrancado.

  El timón y el hombre que acababan de amarrar en él se habían ido con la ola en la confusión rugiente de la tormenta.

  El jefe de la banda miró fijamente hacia la sombra y gritó:

  -¿Te burlas de nosotros?

  A este grito de rebelión sucedió otro grito:

  -¡Echemos el ancla! ¡Salvemos al patrón!

Corrieron el cabrestante y echaron el ancla. Las urcas solo tenían una. Esto sólo contribuyó a perderles. El fondo era de roca viva, la ola furiosa y el cable se rompió como si fuese un cabello.

  El ancla se quedó en el fondo del mar.

  Del tajamar ya no quedaba más que el ángel mirando con su anteojo.

 Desde este momento la urca no fue más que un resto de barco. La matutina estaba irremediablemente desamparada. Este navío que poco antes parecía alado, casi terrible en su carrera, se hallaba, ahora, impotente. No era capaza de una maniobra que no fuera truncada y desarticulada. Obedecía anquilosada y pasivamene a las furias extrañas de la flotación. Que en pocos minutos un aguila se convierta en un invalido sólo ocurre en el mar.


La gran salvaje: La tempesta.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.