Se sentó, se volvió a levantar, apoyó la cabeza en sus manos, se puso de nuevo a andar, y continuó con su monologo tempestuoso:
- ¿Dónde me encuentro? ¡En la cumbre! ¿Dónde he ido a caer? ¡En la cumbre! Esta cima, la grandeza; esta cúpula del mundo, el poder absoluto en mi casa. ¡Soy uno de los dioses de este templo del aire! Vivo en lo inaccesible. Esta altura que yo contemplaba desde abajo y de la que caían tantos rayos que tenía que cerrar los ojos, esta señoría inexpugnable, esta fortaleza inaprensible de los dichosos; vuelvo a entrar en ella. Estoy en ella. Pertenezco a ella. ¡Ah! La rueda de la fortuna ha dado una vuelta definitva. Estaba abajo y estoy en lo alto. ¡En lo alto para siempre! Soy un lord, llevaré un manto escarlata, ostentaré florones sobre la cabeza, asistiré a la coronación de los reyes, les tomaré juramento, juzgaré a los ministros y a los principes...Existiré. Desde las profundidades donde me arrojaron me remonto hasta el cenit. Tengo palacios en la ciudad y en el campo; residencias, jardines, cotos de caza, bosques, carrozas, millones; daré fiestas, legislaré, podré escoger las dichas y los gozes, y el vagabundo Gwynplaine, que no tenía derecho a coger una flor, podrá coger astros en el cielo.
Funebre retorno de la sombra en un alma. Así se realizaba la sustitución de la grandeza moral por la material en este Gwynplaine que había sido un héroe, y que , digámoslo, tal vez no había dejado de serlo. Transición lúgubre. Quebrantamiento de una virtud por una caterva de demonios que pasa. Sorpresa causada en el lado débil del hombre.
Todas las cosas interiores a las que se considera superiores, las ambiciones, las voluntades turbias del instinto, las pasiones, la codicia, ahuyentadas lejos de Gwynplaine por el saneamiento de la desgracia, tomaban de nuevo tumultuosamente posesión en este generoso corazón ¿Y a qué se debió esto? Al encuentro de un pergamino dentro de un frasco arrojado por el mar. A veces se ve como la conciencia es violada por el azar.
Se cree recordar pero se olvida.
El hombre que ríe.
Victor Hugo.