065 # El hombre que ríe (XIII)

Soy gentilhombre y tengo una espada, soy barón y ciño un casco, soy marqués y ostento un penacho; soy par y poseo una corona. ¡Ah, me lo habían usurpado todo! Siendo el habitante de la luz, me habían convertido en el habitante de las tinieblas. Quienes habían proscrito al padre vendieron al hijo. Cuando mi padre murió, le quitaron de debajo de su cabeza la piedra del destierro, que le servía de almohada y me la ataron al cuello, arrojándome a un albañal. ¡Oh! Aquellos bandidos que torturaron mi infancia, sí, se mueven  y se levantan en lo más profundo de mi memoria; sí, les veo de nuevo. He sido el pedazo de carne picoteado en una tumba por una bandada de cuervos. He sangrado y gritado bajo todas aquellas siluetas horribles ¡Ah! ¡Es, pues, allí donde me había precipitado, bajo los atropellos de los que van y vienen, para que me pateasen todos, donde me habían colocado por debajo del más ínfimo del género humano, más bajo que el siervo, que el criado, que el sinvergüenza, que el esclavo, en el lugar en que el caos se convierte en cloaca, en el fondo de la desaparición! ¡Y es de allí de donde acabo de salir! ¡Acabo de resucitar! ¡Y este es mi desquite!

   Se sentó, se volvió a levantar, apoyó la cabeza en sus manos, se puso de nuevo a andar, y continuó con su monologo tempestuoso:

- ¿Dónde me encuentro? ¡En la cumbre! ¿Dónde he ido a caer?  ¡En la cumbre! Esta cima, la grandeza; esta cúpula del mundo, el poder absoluto en mi casa. ¡Soy uno de los dioses de este templo del aire! Vivo en lo inaccesible. Esta altura que yo contemplaba desde abajo y de la que caían tantos rayos que tenía que cerrar los ojos, esta señoría inexpugnable, esta fortaleza inaprensible de los dichosos; vuelvo a entrar en ella. Estoy en ella. Pertenezco a ella. ¡Ah! La rueda de la fortuna ha dado una vuelta definitva. Estaba abajo y estoy en lo alto. ¡En lo alto para siempre! Soy un lord, llevaré un manto escarlata, ostentaré florones sobre la cabeza, asistiré a la coronación de los reyes, les tomaré juramento, juzgaré a los ministros y a los principes...Existiré. Desde las profundidades donde me arrojaron me remonto hasta el cenit. Tengo palacios en la ciudad y en el campo; residencias, jardines, cotos de caza, bosques, carrozas, millones; daré fiestas, legislaré, podré escoger las dichas y los gozes, y el vagabundo Gwynplaine, que no tenía derecho a coger una flor, podrá coger astros en el cielo.

  Funebre retorno de la sombra en un alma. Así se realizaba la sustitución de la grandeza moral por la material en este Gwynplaine que había sido un héroe, y que , digámoslo, tal vez no había dejado de serlo. Transición lúgubre. Quebrantamiento de una virtud por una caterva de demonios que pasa. Sorpresa causada en el lado débil del hombre.

    Todas las cosas interiores a las que se considera superiores, las ambiciones, las voluntades turbias del instinto, las pasiones, la codicia, ahuyentadas lejos de Gwynplaine por el saneamiento de la desgracia, tomaban de nuevo tumultuosamente posesión en este generoso corazón ¿Y a qué se debió esto? Al encuentro de un pergamino dentro de un frasco arrojado por el mar. A veces se ve como la conciencia es violada por el azar.


Se cree recordar pero se olvida.
El hombre que ríe.  
Victor Hugo.