Me gustan más lo símbolos y más los oscuros y arduos de descifrar. También yo soy medieval hasta la punta de las uñas, y me he movido en un dédalo místico y trovadoresco de emblemas pintados, de bordadas divisas, de ilusiones enigmáticas en las que la heráldica se enlaza con la alquimia, de Cortes de Amor en las que se pesaba el pro y el contra de lo puro y de lo impuro. Por eso me gustó el encuentro, en la desértica nada, luego de la caída de la impúdica Jerusalén, de cuatro personajes que se destacaban como cuatro alegorías, como cuatro hojas de un políptico amoroso: el Doncel del Unicornio, hijo del Caballero y de la Prostituta, el inmaculado permanentemente perseguido por los venablos del amor; el Hada tierna, pasional, desprovista, a causa del amor, de su poder mágico; la Mujer erótica, que marnchó con su amor libertino la virtud de la Iglesia; y el Execrable que le negó la limosna de su amor al Cordero, sublimación del Amor, cuando la requería. Y me gustó que fuera Ashavérus, cuya sordidez era lo más contrario a la luz del amor, el encargado de anunciarle al Doncel- destruido ya el atributo de su fuerza espiritual, el cuerno de tres colores - la proximidad de su muerte, derivada del hallazgo de otro signo del ensañamiento del desamor centrado en el inocente. Me gustó, entiéndase bien, estética y filosóficamente, como se estima una obra de arte. Del punto de vista personal de los sentimientos, no necesito aclarar que esa vasta metáfora me sumió en la más negra melancolía.
El unicornio.
Manuel Mujica Lainez.