100 # El unicornio (VIII)


Conversaba con el anacoreta, y las imágenes consabidas de sus luchas en Oriente trenzaban su esplendor, como guirnaldas en el follaje. Hablaban de la vida y de la muerte; del amor, que había sido para Ozil una forma agradable del pecado; de las lueñes ilusiones de Brandán, que en su adolescencia había recorrido el mundo, como el quimérico abad irlandés, cuyo nombre había adoptado y que, en busca del paraíso terrenal, surcó el Océano terrorífico, avistó sus ballenas cubiertas de palmeras, de altares y de fuentes, y sus encantadas islas. Empero, nuestro Brandán no había salido de Poitou, pues comprendió la vanidad de esa empresa; comprendió que el Paraíso se oculta dentro de cada uno de nosotros y que, para hallarlo, el viaje no debe realizarse hacia los peligros del exterior sino hacia las cavernas y laberintos del interior.



El unicornio.
Manuel Mujica Lainez.