101 # El unicornio (IX)
...lo que yo deseo es que el lector juzgue en su exacto alcance los atributos, más humanos del caracter de Ozil. Evidentemente, yo podría pasar por alto los detalles desagradables y ofrecer de él una imagen pulida. Creo, sin embargo, que no me corresponde exponer una estatua de bronce, empinada en un caballo lustroso, el asta del unicornio en la diestra y los laureles de Egipto en torno de la frente, sino la imagen de un hombre, de un hombre tan débil como cualquier otro, que fue sin duda generoso y valiente y no vaciló en arriesgarse, como afirmaba la rubrica de sus honrosas cicatrices, en pro de un móvil desinteresado, y que, zarandadeado en las amarguras de la existencia y aprisionado por las trampas de su pobreza y de su sensualidad, en las que caía empujado por el liviano espiritú que distinguía a su época, cometió muchos actos vituperables. Sería más cómodo para mi, y acaso ciertos lectores conformistas lo hubiesen preferido, pintar el convencional retrato de un caballero de Dios (que lo era), bizarro (que lo era también), puro (que no lo era), desprendido de las trabas del dinero y los honores (que tampoco pudo serlo), y añadirlo a la incorrupta galería de los paladines cantados por las gestas, pero eso hubiera sido reiterar imágenes que, por idealizadas, abandonan la categoría de lo patéticamente lógico para ascender a la esfera radiante de los deshumanizados paradigmas.
El unicornio.
Manuel Mujica Lainez.