223 # Bomarzo (II)

Así he conservado intacta, en el recuerdo, la imagen de los ocho personajes palatinos. Sobre ellos descendía, como si un foco central la proyectara en el corazón del cortile, la áurea vibración solar, reverberando en géneros y metales, inflamando rubíes y plumas, mientras que en el intercolumnio aparecían y desaparecían las grupas y las crines de los caballos piafantes y entraban y salían los escuderos, los lacayos y los esclavos de Hipólito, recibiendo de tanto en tanto, como un toque pictórico, en un peto, en las piernas, en la arista del brazo, una breve pincelada de luz que enaltecía la diversidad extravagante del séquito del cazador, formado por moros del África del Norte, por arqueros tártaros, por un bullir de caras y de torsos cuyos tintes iban del lustroso negro del ébano a la amarillenta palidez del marfil, y de crenchas rebeldes domadas por gorros y turbantes multicolores. A veces una mano finísima, cubierta de sortijas que espejeaban como caparazones de coleópteros, emergía de la sombra, empuñando una cimitarra, alzando un carcaj, en una sacudida de élitros y de antenas; o el belfo de un palafrén, blanco de espuma, brotaba de la vaguedad de los sarcófagos y de las estatuas, tironeado por uno de los servidores. Y esa segunda zona circundante enmarcaba a la interior con un ritmo ágil que contrastaba con la quieta, sonriente, lejana apostura de los señores, pues la mayoría de los africanos y de los asiáticos poseían una ligereza furtiva de saltimbanquis, malabaristas y acróbatas de cuerda floja, y sus brincos y piruetas, sus gritos en dialectos bárbaros y sus cómicas contorsiones, tenían la virtud de subrayar la esbelta elegancia de Hipólito y sus allegados, completando de ese modo el estético planteo que a mis ojos se ofrecía y que era como un resumen de la gracia de Florencia, inquieta y ceremoniosa, estupendamente cosmopolita... 


Bomarzo.
Manuel Mujica Lainez.