Fui uno de
los señores romanos que transportaron el palio bajo el cual avanzó el
emperador. Como cojeaba y eso me hacía oscilar, tironeaba del dosel hacia mi
lado, y el monarca me espiaba de reojo, hasta que alguien me quitó la vara de
la mano. Era Maerbale. Quise forcejear, pero el emperador alzó las cejas y dio
una orden breve. Fabio Farnese me tomó del brazo y me apartó.
Yo ignoraba
que mi hermano estaba en la ciudad santa. Allí conocimos a Cecilia Colonna, que
no era bella, lo que me agradó, pero lo suplía con la gracia de la juventud y
de un júbilo permanente. No necesitamos detallarla mucho para deducir que en el
seno llevaba la promesa de un heredero. Julia la besó y, en el momento en que
los labios de mi mujer rozaron los de Maerbale, noté que sonreía y que esa
sonrisa la iluminaba como si por fin hubiera vuelto a encenderse, en su
interior, la pobre lámpara mustia.
La
compostura de Maerbale, cuando me suplantó en el cortejo imperial, me sulfuró y
eventualmente hubiera causado entre ambos una ruptura definitiva, de no terciar
e imponerse, aconsejándome prudencia, con su gravedad mucho mayor, la cuestión
que planteaba su vecina paternidad notoria.
Bomarzo.
Manuel Mujica Lainez.